La Injusticia Original

Gracias por regresar a este estudio de cómo ministrar a los adolescentes y si te preguntaras cuándo te voy a decir cómo hacerlo, quiero decirte de antemano que si yo pudiera ofrecer un  manual o un instructivo, estaría yo ofreciendo  ‘la Ley’, mientras que lo único que busco es derribar las creencias que han sido fincadas en malentendidos o falacias y  que les robarán a nuestros jovenes la vida de resurrección que Cristo nos ofrece a todos.

Una de estas creencias es nuestra idea de justicia que mencioné en mi blog anterior y que quisiera retomar esta semana, porque siento que es la clave para entender el amor de Dios y su Gracia.   Me temo que aun  algunos de los ’gigantes’  de la Gracia necesitan entenderlo,  de lo contrario solo estarán fundando ‘una religión mas’  basada en una teoría mas y créeme amado(a) que ya no necesitamos mas religiones ni mas teorías,  las que tenemos ya casi aniquilan a la humanidad.

Este entendimiento nos explicará por qué la paternidad, al menos la antigua, estaba basada en tanto castigo, en tanta dureza y en ocasiones crueldad. Yo conozco un caso  de una hermosa mujer cuya abuela la amaba grandemente; habiéndose hecho cargo de ella desde corta edad, para corregirla o disciplinarla se servía  de la escoba,  el cucharón,  ‘la chancla’ ¿quién no conoce la chancla de entre los mexicanos del milenio anterior? ¿O acaso aún se utiliza en este milenio?  Ella narraba que aunque nunca conoció el cuidado amoroso de un padre,  si conoció ‘su ira’ a través de aquellos varones en su familia que sólo para golpearla fungían como tales.    Mas comparado con su vida al lado de su madre, ella se consideraba ‘bendecida’ y se sentía muy agradecida.

Su madre dejó de ofrecerle un hogar estable  cuando se casó con un hombre  violento, quien aunque ganaba buen dinero, si ella no iba a esperarlo al final de su jornada, él lo derrocharía todo en la cantina y  llegaría a su casa totalmente ebrio y sin su paga, a golpearla si ella se atrevía a reclamarle,  a destruir lo que ella tenía y a amenazar a sus hijos, quizá  también a golpearlos, por lo que todos fingían dormir cuando él llegaba,  frecuentemente sin poder comer, y cómo ir a trabajar y dejarlos solos por una paga que tampoco los alimentaba.

Su madrecita entonces tuvo que buscar maneras de alimentar a sus pequeños, tallando ropa para otros, o en ocasiones  enviando a sus pequeños a solicitar de sus vecinos pan duro para ‘moler’, el cual comerían recalentado y remojado en cafe negro, historia que ellos con humor recordaban por el cántico de uno de ellos antes de dormir:  ‘mi pan y mi cafe’.

Aunado al drama de estos pequeños se encontraba  su tez y cabello claros,  por lo que en un país donde el gen moreno es predominante,  no eran aceptados en los dispensarios de beneficencia para los pobres, a donde ellos llegaban con aseo impecable, por lo que eran rechazados por “no tener tanta necesidad”.

A lo largo del tiempo, su padre dejó de embriagarse y se dedicó el resto de su vida a ser un hombre responsable,  trayendo dinero a casa para que ellos pudieran comer bien y obtener cierta formación académica que les ayudara a superarse; de esta manera esta esposa y estos niños continuaron su vida sostenidos por su buen sentido del humor, su gran amor entre si,  su esfuerzo por superarse y su fe religiosa.

Sin embargo,  nada de lo anterior, ni aun el esfuerzo de su padre por  enmendar su vida y hacerles bien,  ni su nueva prosperidad, ni los muchos  momentos felices que vivieron después, les dio la habilidad de olvidar, ni de perdonar, ni de sanar su alma rota, ni de hacer salir de ellos todos los sentimientos o emociones destructivos, como la ira, el enojo, la amargura,  la culpa, etc.  que ellos ocultaban detrás  de  su gran sentido del humor, y que descargaban de diferentes maneras, contra si mismos o contra los demás.

Ciertamente, su padre no pudo  ‘reparar’ estos daños,  ni dejar de ‘pagar’ por ellos,  convirtiéndose  en su vejez  en receptor  de todo lo que sembró en ellos de pequeños, y llegando a su muerte  con  un final triste que muchos consideraríamos el final esperado  en cualquier película o telenovela – ‘el final de los impíos’.

Ese sentimiento  que nos hace sentirnos satisfechos y nos deleita con cada final feliz para el que consideramos merecedor o con uno cruel y desgarrador para el villano, desde luego, antes de ir al infierno … y a esto lo llamamos la “justicia de Dios”, mas en la religión hindú se llama “Karma”, y en la religión de los griegos se llamaba “Catarsis”.

Mas éste no era el pensamiento de los griegos solamente, esta necesidad de castigo, de venganza y retribución provino  del Arbol del Bien y el Mal, milenios atrás,  y  ¿en qué consistía este árbol?  …. Exactamente,  ‘en juicio’, pues necesitamos hacer un juicio para  juzgar cual es el bien o el mal,  de acuerdo a la versión del ‘bien y mal’ de cada quien, mas ¿quien lo determina? ¿La religión?,  ¿la cultura?  ¿La Constitución de cada país?  ¿el gozo o el dolor causado?

En mi blog anterior hice referencia a otro que escribí durante el estudio  de Gálatas 3 al que quiero referirte para hacer más fácil lo que explicaré en el próximo.

Shalom y Gracia en Abundancia.

La Justicia Original

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