Eres Limpio – ¡Pronúnciate Limpio!

Habiendo recorrido el Tabernáculo de Moisés y conocido un poco acerca de la vestimenta del Sumo Sacerdote, espero que te haya ayudado a entender el amor con el que Dios te destinó para Él, y a tener una imagen acertada no sólo de  Él, sino de ti mismo al recordar que eres Perfecto ante sus Ojos. Una vez abriendo tus ojos a su reflejo en ti, podrás mirar a los demás con su misma luz.

Por lo mismo, antes de pasar a un nuevo tema me gustaría enfatizar en una cosa: el fin de toda esta vestimenta con la que Dios vestía a sus sacerdotes y el fin de que se lavaran en el Lavatorio de Bronce antes de entrar al Lugar Santo,  era que ellos se sintieran “Limpios” ante Dios,  que se sintieran “Hermosos”,  que se sintieran “Aceptables”.    No quiero decir que hoy necesitemos esa vieja vestimenta para sentirnos así,  sino que así nos ve el Padre vestidos de su gloria, pues Cristo es nuestra vestidura y Él quiere que así te veas y te sientas.

Tenemos nuestro lavatorio de agua viva, que es su palabra,  para que al ver su gloria seamos transformados y en lugar de enfocarnos en nuestra pequeñez, nos enfocamos en su magnitud y en la gloria que Él quiere reflejar en nosotros; eso nos mantendrá con una perspectiva acertada de nosotros mismos,  no menos y no más.

Había una ley en Levítico 13 llamada la Ley del Leproso en el día de su purificación. La lepra era una de las peores enfermedades de aquel tiempo.   Era como una sentencia a una muerte lenta, horrible y en total aislamiento, pues era muy contagiosa; por tanto, la gente que moría de este mal no solo tenía una muerte muy dolorosa en su cuerpo físico, sino en su alma, en su corazón, al no poder contar con un hombro en quien llorar, un abrazo de consuelo o con la compañía de sus seres queridos.   Por consiguiente, ellos no podían tener vida social y su vida personal estaba limitada a lo que ellos podían hacer con sus propias manos y pies, los cuales se iban degradando poco a poco. Aun la compañía de sí mismos era amarga, debido a su propio olor.

Esta enfermedad era incurable.  Sin embargo la Biblia documenta a algunas personas que fueron sanadas de lepra por la Gracia de Dios, y puesto que Dios lo sabía de antemano, existía un ritual dentro de esta ley que ellos no ejecutarían hasta 1500 años después. (Levítico 14:2-32)

“Ésta es la ley para el leproso, cuando sea declarado limpio: Será llevado ante el sacerdote,  quien saldrá del campamento para examinarlo. Si el sacerdote ve que el leproso ha sanado de la plaga de lepra,  ordenará que se tomen dos aves vivas y purasmadera de cedro, grana e hisopo, para el que se purifica.  Luego, ordenará que una de las aves sea degollada sobre un vaso de barro con agua corriente. Tomará entonces el ave viva y, con la sangre del ave que fue degollada sobre el agua corriente, mojará el cedro, la grana y el hisopo.  Luego rociará siete veces al que está siendo purificado de la lepra, lo declarará puro, y soltará en el campo el ave viva.  El que se purifica lavará sus vestidos, se rapará, se lavará con agua, y entonces quedará purificado. Después de eso, entrará en el campamento, y durante siete días vivirá fuera de su tienda.  El séptimo día se rapará por completo la cabeza, la barba y las cejas, y lavará sus vestidos y se bañará, y entonces será declarado puro…..”

Cuando ofrecían al ave,  tenían que separar sus alas,  extendiéndolas hacia los lados – una imagen de la cruz. Una ave representa nuestro Jesús en su muerte, la otra en su resurrección.  La lepra representa el pecado.  (traducido del hebreo al griego como ‘hamartia’, que significa ‘sin forma’ – una imagen deforme o distorcionada de Dios y de nosotros mismos). Estos vasos de barro éramos nosotros. Jesús derramó toda la sangre que tenía sobre nosotros, para limpiar nuestra consciencia de toda imperfección, deformidad o distorsión a través de su perfección y la perfección de su trabajo consumado, para que el mismo Espíritu que lo levantó de los muertos, el agua viva, pueda vivir libre en nuestro interior.  Su Espíritu Santo nos declara LIMPIOS, PUROS, RECTOS, JUSTOS, JUSTIFICADOS, ACEPTOS, PERDONADOS – HIJOS De Dios.

El Leproso vino a Jesús y le dijo “si tú quieres me puedes limpiar”…  “y Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo  ¡SI QUIERO!  ¡Queda sano! Al instante, la lepra desapareció.” Y habiendo sido sanado, Jesús le indicó “ve y preséntate ante el sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó, para que les sirva de testimonio.” (Mat. 8:1-4)

La palabra usada en la ley levítica para “limpio”  no es solo “limpio de pecado”; su uso principal era para describir a alguien restaurado de enfermedad o de defectos del cuerpo, pues era requisito para los levitas ser limpio, lo que significaba sin ningún defecto físico, ni enfermedad.  Para nosotros este lavado significa: úna autoimagen restaurada a nuestro diseño original, que es como Dios nos conoce y nos ve. Esa es su fe, la fe en la cual se suponía que nosotros creeríamos.

Este leproso no solo fue el primero en ejecutar este ritual de limpieza, sino que es el primer caso documentado de sanidad hecha por Jesús entre los judíos.  Jesús con todo su amor, le transfirió su limpieza,  y le transfirió su amor al tocarlo, sabiendo que no había sido tocado por nadie durante muchos años, haciéndolo sentirse de nuevo amado,  y quizá por primera vez en mucho tiempo – humano – tan humano como Jesús.

Muchos años antes de esto, Dios, por medio del profeta Eliseo, declaró limpio a otro leproso – a Naman, un gentil, capitán del ejército de Siria, quien después de sumergirse en el Río Jordán 7 veces, en contra de su propia lógica y sentido común,  y fue hecho “LIMPIO”,  y la escritura nos dice que su piel sanó y quedó tan suave como la de un niño. (2 Reyes 5:11-14)

Aunque este ritual era para el leproso que ya había sido sanado, había una limpieza que ejecutar y que proclamar.  Todos nosotros fuimos como “leprosos que ya hemos sanado”,   gentiles como Namán, de todas las tribus de la tierra, lavados por la sangre de Jesús.  Si tú estás de acuerdo  con  ello y principalmente si estás enfermo,   muéstrate ante el  sacerdote,  lo verás cuando te veas en el espejo, puesto que tú eres rey y sacerdote.  Ante ese espejo  declárate  limpio(a) – puro(a), sabiendo que tu pureza no fue adquirida por tu propio mérito o logro, ni por ningún acto  o ritual de auto-limpieza, sino por aquel que derramó su sangre para salpicarte con ella 7 veces y transferirte su Vida, su pureza y su amor, quien quiere ser libre en tu vida para sanarte en cuerpo y alma, y por su Gracia restaurarte en todo lo que te haya sido robado por ignorancia o incredulidad.

Solo hasta que el sacerdote en ti te pronuncie limpio, verás al Cristo Resucitado manifestarse en ti.   A ti también te ha dicho: “YO SI QUIERO”, “Se SANO(A)”,  “SE LIMPIO(A)”.   Recíbelo mi hermano(a),  no te atormentes pensando en lo que fuiste, en lo que hiciste, en lo que te hicieron,  en lo que te dijeron que eres,  en lo que crees que eres,  solo recuerda que  lo que Cristo cree acerca de ti  es que tu eres suyo(a), acepto(a) y para ello se entregó para que pudiera llevarte consigo en su muerte y resurrección, para levantarte con una nueva Vida, lo cual ya ocurrió, aun mucho antes de que nacieras y de que consintieras a ello.  Si Él ya te perdonó, perdonate tú. Recibe su perdón y deja que Él te renueve.

Por 2000 años en el cuerpo de Cristo, maestros y líderes religiosos han estado pronunciando a la gente de Cristo “impura” y muchos Hijos de Dios lo han creído, y como tales actúan, haciéndose blanco del enemigo. Esto ha producido una generación de sacerdotes anormales, defectuosos, que mueren antes de su tiempo de enfermedades que encuentran su morada fácilmente en los que no conocen que son “puros”   y esto simplemente por causa de la culpa y la acusación de su propia consciencia.

Dios está esperando que Su Novia se levante y se pronuncie “Limpia”, sin mancha y sin arruga.   Por su llaga hemos sido sanados,  Vivamos constantemente en esta nueva consciencia  de inocencia, pureza y perfección que nos recuerde diariamente que somos limpios y puros.

Si  alguien te hace sentir que lo que Jesús hizo no fue suficiente, o que no hay seguridad en ello, o que  lo puedes perder,  huye de Él.  Esa persona no ha comprendido que si la sangre de toros y cabras podía mantener al pueblo de Israel limpio por todo un año, cuanto más la sangre divina de nuestro Señor Jesucristo nos preservará  sin culpa  hasta el día de su regreso.

Ahora, que el Dios de paz los haga santos (apartados) en todos los aspectos, y que todo su espíritu, alma y cuerpo se mantenga sin culpa hasta que nuestro Señor Jesucristo vuelva.  Dios hará que esto suceda, porque aquél que los llama es fiel.  1 Tes. 5:23-24

Gracia en Abundancia

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