La Gracia Reemplazó la Ley

Transfiguration

Una instancia más donde El Espíritu Santo nos muestra que Dios no quiere una mezcla de Ley y Gracia es en la Transfiguración del Monte,    descrita en Mateo 17:1-5

 Seis días después, Jesús tomó con El a Pedro, a Jacobo (Santiago) y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto.  Delante de ellos se transfiguró; y Su rostro resplandeció como el sol y Sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.  En esto, se les aparecieron Moisés y Elías hablando con El.

Entonces Pedro dijo a Jesús: “Señor, bueno es que estemos aquí; si quieres, haré aquí tres enramadas, una para Ti, otra para Moisés y otra[c] para Elías.” Mientras estaba aún hablando, una nube luminosa los cubrió; y una voz salió de la nube, diciendo: “Este es Mi Hijo amado en quien Yo estoy complacido; óiganlo a Él.

Aquí vimos claramente a Jesús hablando con “Moisés y Elías” – recuerda que Moisés y los

Idolatría

Elias y los sacerdotes de Baal

profetas significan “La Ley”  para  el pueblo de Israel.    Aunque el Profeta Elías es considerado  por los judíos como “la introducción del Espíritu Santo”,  antes de Jesucristo, El Espíritu  solo envestía a los profetas y no los llenaba, como lo explicamos en la Sección del Espíritu Santo.

Jesús vino a remplazar a la Ley con su Espíritu de Gracia, más Pedro aún no había nacido de nuevo, por tanto no podía entender que Dios no comparte su gloria con la de los hombres

Yo soy el Señor, ése es Mi nombre; Mi gloria a otro no daré, ni Mi alabanza a imágenes talladas  Isaias 42:8

Pedro quería poner a Jesús a la misma altura de la ley y los profetas, al querer construirles “enramadas” a los tres; “Enramadas” es la palabra griega skēnē, que significa “tabernáculos.” Vemos que para Pedro, los tres personajes frente a él merecían el mismo honor,  sin embargo en ese mismo instante Dios lo corrigió, y le dijo:

Este es Mi Hijo amado en quien Yo estoy complacido; óiganlo a Él.

Dios inmediatamente dejó establecido que es Jesús a quien debemos oír,  a quien debemos mirar y dar gloria.

En este pasaje, una vez más encontramos gran significado en los nombres: Pedro, que significa Piedra,  Jacobo, que significa “reemplazador”,    (recuerda que Jacobo tomó el lugar de su hermano Esaú,)  y Juan, que significa “La Gracia de Dios”.

 ¡La Gracia de Dios reemplazó la piedra!

Dios no envió a su Unico Hijo a que  lo pusiéramos a la misma altura de la Ley o aún por debajo,  mucho menos a la altura de otros hombres.  La Gracia de Dios está por encima de la Ley,  pues  Jesús la reemplazó y su favor no puede ser comparado con el favor de ningún ser humano.

Algunos que están en contra de que se predique la Gracia de Dios, dicen:  “Gracia no es sólo “Favor Inmerecido”  y están en lo cierto.   La Gracia de Dios es Jesucristo mismo.  Su Espíritu es el Espíritu de Gracia.   Para nosotros Gracia es un concepto abstracto, para el Dios de los cielos, la Gracia es Su Palabra hecha Carne, su Santo Espíritu de Amor, misericordia y paz.

Jesús no vino a que le construyéramos “tabernáculos,” hechos con manos sucias.   El vino a hacernos a nosotros tabernáculos vivientes de su Gloria, hechos con manos Santas.   Fuimos creados a su imagen, por tanto no somos diferentes a El en el sentido de que si alguien le hace bien a nuestros hijos, le amamos especialmente y si alguien daña a nuestros pequeños, es peor que si nos dañaran a nosotros.

Por tanto, al recibir a su Hijo Unigénito, Jesucristo, recibimos Su Gracia,  Su Vida, junto con todas las cosas: Su Amor, Su rectitud, Su perdón, Sus bendiciones, Su salud, Su paz, Su poder, etc,  pues recibimos su persona habitando en nosotros, y teniéndolo a El lo tenemos todo.  Por el contrario, rechazar a Jesucristo es la única ofensa que Dios no perdona: la  ofensa al Espíritu Santo.  (Heb. 10:29)

Cuando a la Novia de Cristo  le sea quitado el velo de los ojos, su rostro resplandecerá con una brillantez que no se desvanece;  no como la de Moisés cuando bajó del Monte, cuando tuvo que cubrir su rostro para que no se dieran cuenta cuando la brillantez de su rostro se opacara.    Cuando  Su Novia reciba la revelación de Pedro,  dejará de levantar tabernáculos a los hombres y servirá como glorioso tabernáculo viviente para el único Dios que  puede dar vida eterna. Esto ya comenzó a suceder, pues nuevos rostros están siendo iluminados día con día, principalmente entre los hispanos.

Replica del Templo en el Museo de Jerusalén

Replica del Templo en el Museo de Jerusalén

David era un hombre tras el corazón de Dios, cuya intención era construir una casa para Dios; sin embargo Dios no dejó que él le construyera una casa, pues era  un hombre de guerra,  que vivió sin descanso la mayor parte de su vida, huyendo, de sus enemigos y tenía mucha sangre en sus manos.  Por tanto, Dios le dijo que sería su hijo  Salomón quien lo construyera (1 Chr. 22:6-10).  El templo que Salomón construyó fue el más glorioso en la historia.  Salomón  en Hebreo se dice Shlomo,  y se deriva de Shalom que significa Paz.

Mientras sigamos sin descanso, en nuestro propio esfuerzo,  nuestro tabernáculo no podrá experimentar esa gloria.  Solo en esa Paz que sobrepasa todo entendimiento podremos ser edificados,  mas una vez descansando en su Gracia,

“La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera,” dice el Señor de los ejércitos, “y en este lugar daré paz,” declara el Señor de los ejércitos.  Hageo 2:9

Dios nos creó para vivir de su Gracia,   de un trabajo consumado, en una tierra que no teníamos que labrar,  en casas que no tendríamos que construir, comiendo frutos de árboles que tomaríamos sin sudor en nuestra frente y al haberse el hombre corrompido, nos  dio a Jesús para que por medio de su trabajo consumado pudiéramos volver a ese diseño original, tan solo comiendo del único árbol que puede satisfacer, El Árbol de la Vida que es Jesucristo y su Gracia.     Mas la piedra de la Ley,  El Árbol del Bien y del Mal produjeron la muerte.  Dios cerró el huerto para que no pudiera el hombre comer de ambos.

¿De cuál árbol  comerás tu?

Shalom