Justicia Gratuita

theark

Si te unes a nuestro estudio de la Epístola de los Romanos por primera vez, te pido que revises las lecciones anteriores, para que no te confundas al omitir la base de este estudio. Continuamos recorriendo Romanos 4:

Porque ¿qué dice la Escritura? “Y creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia Ahora bien, al que trabaja, el salario no se le cuenta como favor, sino como deuda; pero al que no trabaja, pero cree en Aquél que justifica al impío, su fe se le cuenta por justicia. Rom. 4:3-5

En el mensaje anterior aprendimos que el creerle a Dios nos cuenta como “justicia”, y en estas líneas Pablo nos acaba de  explicar  esta lógica “ilógica” de la Gracia de Dios:

El que trabaja, la paga no es un favor recibido por Gracia, es algo ganado,  es una deuda para el empleador.  Por ejemplo, en la Parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15:11-32) nos damos cuenta como el hijo menor conoció la Gracia de su padre cuando regresó a casa;  después de haber despilfarrado su herencia, aun así su padre lo recibió con un atuendo nuevo, con un anillo y con una fiesta, como si nunca hubiera errado.

El hijo mayor, por el contrario, nunca se fue de su casa, siempre se quedó “trabajando” para su padre, mas sin experimentar su Gracia, considerando que todo lo que recibía en la casa de su Padre no venía de la dádiva generosa del mismo, pues todo se lo había “ganado” con su labor ardua. Al leer la parábola, aun vemos a este hijo enojado con su padre, pues al trabajar para él, lo veía como su deudor. Así es como Pablo nos explica la Gracia de Dios.

De ninguna manera condeno la labor ardua, pues en cuanto se trata de ganarnos la vida, difícilmente encontraremos un empleador que nos pague por no hacer nada, a menos que sea tu padre consentidor y a eso se refiere Pablo en cuanto a nuestro “creer en Dios”. Existen dos tipos de creyentes:  aquellos que se ganan el favor de Dios, o debo decir, que “creen” que se ganan su favor con sus méritos propios; o aquellos que simplemente lo reciben como hijitos amados, sabiendo que solo tienen lo que su padre les de,  por tanto no tienen nada que dar a cambio, tal como el hijo despilfarrador.

El primer grupo depende de su labor y esfuerzo, haciendo a Dios su deudor, no su dador. El segundo grupo descansa en el amor y la Gracia de Dios, haciéndolo su dador, y  tomando el lugar de humilde receptor agradecido, lo cual le hará apto  a su vez para dar a los demás de lo mucho que recibe “gratis” – por Gracia.

En cuanto al que trabaja, éste no podrá dar mucho a los demás, porque todo lo que él tiene se lo “ganó” arduamente, por tanto, si tuviera que dar, tendría que trabajar más para que no se le acabe, pues no le fue gratis, y puesto que su trabajo le costó, también hará que los demás se lo tengan que ganar o él mismo se los cobrará.

El primer grupo tendrá un concepto de Dios como alguien que les debe compensar justamente por lo que ellos le dan: el grupo de Caín, cuya ofrenda Dios rechazó; el segundo grupo verá a Dios como un Padre lleno de Amor y de Gracia que da mas allá de lo que un hijo pudiera pedir o imaginar, sabiendo que no hizo nada para ganarlo, por tanto descansará en la labor de otro  para tener algo que ofrecer: El grupo de Abel.  Ésto parecerá injusto para la justicia del primer grupo.

Fue el haber creído en aquel que justifica al impío lo que hizo a Abel ofrecer un mas excelente sacrificio  que Caín (Heb. 11:4) y lo que le dio a Abraham el título de “el Padre de la Fe”.

Si Abraham hubiera sido justo por aceptar entregar a su hijo, su justicia habría sido “auto-justicia”. Mas él fue declarado “justo” en cuanto le creyó a Dios, mas de 30 años antes de que Dios lograra imprimirle en su corazón que Él no necesitaba que le  entregara a su hijo Isaac como sacrificio(Heb. 11:8-19). 

El entregar a su hijo fue un acto de “confianza”; no fue un acto “iluso”, que alguien realiza cerrando los ojos “a ver que pasa”, fue un acto de total seguridad en la integridad de Dios y en su carácter Justo, Perfecto, lleno de Gracia y de Amor, y en su habilidad de guardar a su primogénito o aún de traerlo de los muertos. (He. 11:17-19) Oh, ¡que revelación tan maravillosa debió haber tenido Abraham!  ¡Dios levantaría a su propio primogénito de los muertos!

   Todos esos sermones de “entrega a tu Isaac”, que quizá hayas escuchado algún día, son solo repetición del error que ha creado la cultura del evangelio malentendido.  No temas que Dios te vaya a pedir a tu hijo, pues como lo vimos en el mensaje anterior, Dios solo estaba buscando comunicar que Él entregaría al suyo,  que Él provería tal sacrificio que el humano sentía necesidad de ofrecer, lo cual era la costumbre  babilónica. Solo de esta manera Dios podía restaurar  Su justicia en nosotros, sin ninguna obra nuestra, solo la de El.

Como también David habla de la bendición que viene sobre el hombre a quien Dios atribuye justicia aparte (por separado) de las obras:

Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos.
Bienaventurado el hombre cuyo pecado el Señor no tomara en cuenta.” Rom. 4:6-8

Pablo esta citando el Salmo 32:1-2 del Rey David.  Obviamente que David no estaba hablando de él, cuyo  pecado fue confrontado por Dios, pues la Ley de Moisés aún estaba vigente y  el hijo que procreó con Betsabé murió; mas ¡David se refería proféticamente a nosotros!, tu y yo, aquellos cuyos pecados serían borrados por Su Gracia.  El griego que Pablo usó para decir “no”  de hecho no es un simple “no”  es el doble negativo  “oe me’ ”  que significa  ¡NUNCA!  ¡CIERTAMENTE NO!

¿A que se debe que exista tanto mensaje desde el púlpito señalando el  pecado, el cual  Dios ya ha limpiado de nosotros? Lo descubriremos el próximo jueves.

Shalom.