Jesucristo en El Centro

menorah

Hace dos años que comencé a escribir este blog, sin saberlo, finqué los fundamentos sobre los cuales me basaré para este estudio. Si ésta fuera la primera vez que te unes a nuestra lectura, sería irrealista si te pidiera que leyeras todo lo que he escrito en estos dos años, más si te invito a leer aquellos mensajes a los cuales me referiré con un vínculo durante este estudio, pues ellos te darán un mayor entendimiento de lo que estamos hablando. Aun si ya los hubieras leído, no es mala idea refrescar ese conocimiento para que aquella revelación que obtuviste inicialmente crezca.

En uno de mis estudios escribí acerca del Tabernáculo, en el cual no solo se encuentra nuestra identidad en Cristo, sino nuestra inclusión y comunión o “intimidad” con Él. En el mensaje pasado mencioné que Juan se encontraba (espiritualmente hablando) en ese Tabernáculo, en gran unión, compañerismo e intimidad con Dios (en el Espíritu), frente a la mesa de los  Panes; cuando voltea hacia atrás ve el Candelabro de Oro, que representaba la divinidad y la rectitud de Jesucristo heredada a nosotros a través de su sacrificio (por lo que fue construido a base de martillazos); Por ello Jesús dijo: “Yo Soy la Luz”, mas este candelabro de oro o “Minora” también representaba a “Su Cuerpo” – que es Su Iglesia.

Iglesia viene de la palabra ‘ekklesia’ : ‘ek’ – señalando el origen o fuente, y ‘klesia’ de ‘kaleo’ – ‘llamados’ o ‘nombrados’. Durante siglos hemos creido que estos llamados son aquellos que escuchan o sienten ‘el llamado’, sea por nombre o por vocación; aunque esta definición no está lejos de la verdad, en el griego, esta palabra tiene que ver principalmente con el ‘apellido’.   Ser llamado, por tanto, es nombrarte o apellidarte igual que alguien, como cuando tu padre te pone su apellido porque te identifica como su hijo(a).   Por consiguiente, este significado podría traducirse como ‘ser nombrado de acuerdo a su origen’ –    Dios nos ha dado su nombre al habernos nombrado “Hijos”.  “Nuestra imagen redimida a semejanza de DIOS”.

En el tiempo de Moisés, la iglesia aun no existía, mas hoy Jesús ha sido glorificado y Él vive en nosotros y en medio de nosotros; así fue como lo vio Juan, como la vela central, también llamada la “lámpara sirviente” (“shemesh” en el hebreo) pues con ella se encienden las velas de ambos lados, las cuales fueron construidas apuntando hacia la vela central.

La única indicación que recibió Moisés acerca de la medida de este candelabro fue su peso: 1 talento de oro, equivalente a 35 kilos aproximadamente (el talento romano era de 45 kilos). Guarda este número en tu memoria, pues lo vamos a necesitar después.

Lo anterior significa que no importa de que tamaño sea el grupo de aquellos que se identifican como “Hijos”, lo que importa es su peso – su influencia en su comunidad y en el mundo entero.  No hablo de una influencia política, sino de como influencian a otros a ver a Cristo en si mismos.   Si el mundo hoy está en obscuridad, quizá sea porque el Evangelio nos fue cambiado por otro cuyas lámparas no apuntan más hacia la vela central, la cual alumbra nuestra pureza y perfección en Él, y su Gloria en nosotros, que revela nuestra verdadera identidad como Hijos de Dios, diseñados como Él es, a su imagen y semejanza; por el contrario, la vela central ha sido ‘separada’  de nosotros,  dejándonos en el brillo desvanecedor de una falsa identidad encontrada en la carne y en nuestro desempeño y obras muertas.  Es hoy cuando te invito a que leas y te espero la próxima semana.

Shalom.

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